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Felicidad: ¿cultura, costumbre o ninguna de las anteriores?

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Fuente: PNUD

La idea de incorporar el “bienestar” como parte de las medidas de progreso de los países está ganando cada día mayor protagonismo. Académicos y políticos alrededor del mundo no pierden la oportunidad para criticar la deficiencia de los sistemas convencionales en contabilizar elementos como la “felicidad” y la necesidad de reformular las actuales mediciones de desarrollo.

El tema no es nuevo, y ha sido tópico de debate tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo[1]. Sin embargo, gracias al acceso de información y a la proliferación de estudios sobre el tema, el debate ha tomado vigor durante los últimos años[2].

¿Qué implicaciones tiene para América Latina y el Caribe esta tendencia global sobre el bienestar y nuevas mediciones de progreso?

Cuando se trata de medir niveles de felicidad y satisfacción (mediciones realizas a través de encuestas), sorprendentemente, la región sobresale por sus resultados positivos. Según la Gallup World Poll, que evaluó el bienestar en 155 países durante el período 2005-2009, tres (3) países de América Latina –Costa Rica, Panamá y Brasil– sobresalieron entre los veinte (20) estados con mayor nivel de satisfacción de vida, encontrándose éstos por encima de muchos países desarrollados, incluidos los Estados Unidos y el Reino Unido. Por su parte, en el mismo estudio, Venezuela, Colombia, Trinidad y Tobago, Jamaica, México, Argentina y Belice superaron, en la misma medida, a Alemania, Italia, España y Francia.

Los altos índices de satisfacción en la región parecen una incongruencia, o al menos surgen como una gran incógnita, ya que según un sin fin de mediciones objetivas de progreso –desde el índice de desarrollo humano (en cada uno de sus tres componentes), hasta la criminalidad y el acceso a servicios básicos– la región se encuentra plenamente rezagada ante los países desarrollados de Europa Occidental y los Estados Unidos.

Una primera explicación apunta hacia el aspecto cultural. Esta visión hace énfasis en elementos como los estrechos lazos familiares y sociales (como la amistad), el sentimiento de comunidad, la “alegre personalidad” de los latinos e inclusive el carácter religioso de las sociedades latinoamericanas para explicar los altos niveles de satisfacción. En efecto, estudios han demostrado que para el latinoamericano promedio la amistad es más importante para el bienestar que la salud, el empleo y los activos personales. Sin embargo, esto no necesariamente indica que los lazos sociales sean la causa de los altos niveles de satisfacción: esto sólo muestra las preferencias de la región y señala un efecto de correlación, mas no de causalidad.

Tal vez exista otra explicación, una menos romántica quizás, basada en la teoría de la adaptación del ser humano. Muchos expertos, entre ellos Carol Graham del Instituto Brookings, sostienen que las expectativas y las preferencias de las personas son dinámicas y se adaptan a las condiciones que enfrenta cada individuo. Esto puede llevar a una persona a registrar niveles de felicidad y satisfacción superiores –o inferiores– a los que realmente revelan sus condiciones objetivas. Graham encontró que, en mediciones de felicidad dentro de los países, típicamente no son los más pobres quienes reflejan los niveles más bajos de satisfacción. De hecho, poblaciones en condiciones precarias reflejan altos niveles de felicidad en comparación con segmentos más ricos y con mayores oportunidades. Este fenómeno es conocido como la “paradoja de campesinos felices y triunfadores frustrados”, y Graham sostiene la hipótesis de que personas en ausencia de capacidad para llevar a cabo una vida plena –por ejemplo, por falta de educación o de salud– le asignan mayor valor a experiencias del día-a-día, como las amistades, la familia o la religión.

Otros expertos apuntan inclusive a una tercera explicación: al carácter subjetivo y relativo de las encuestas de satisfacción de vida. El argumento central de esta hipótesis es que las respuestas ante las preguntas de satisfacción de vida y de felicidad realmente varían según el contexto y el estado de ánimo del individuo al día de ser encuestado. En un estudio de 218 mujeres en Texas, donde se entrevistaban a las mismas mujeres dos veces en un periodo de dos semanas, Daniel Kahneman y Alan Krueger encontraron que la correlación entre los niveles de satisfacción de vida reportados entre ambas sesiones era de tan solo 0.59. El experimento social, de Norbert Schwarz (1987), arroja una conclusión similar. Schwarz midió los niveles de satisfacción de vida a través de cuestionarios comunes, pero con una pequeña variante: a los individuos se les pedía primero sacar una copia a una hoja de papel antes de llenar el formulario. A la mitad de las personas –escogida de manera aleatoria– se le colocó diez centavos de dólar en la copiadora. Sorprendentemente, los niveles de satisfacción reportados para aquellos que descubrieron la pequeña suma de dinero fueron significativamente superiores al resto.

Esto nos deja con la interrogante sobre América Latina y el Caribe: ¿será que somos más felices gracias a nuestra cultura y personalidad?, o ¿será que nos hemos acostumbrado a nuestra condición y que nuestras expectativas se han reducido a tal magnitud que ya los problemas no nos afectan tanto?, o simplemente, ¿será que realmente no somos más felices y que las mediciones de felicidad están simplemente sesgadas?

Queremos saber tu opinión:

¿La explicación sobre los altos niveles de felicidad en América Latina y el Caribe se debe mayormente a…? Opina en nuesta Encuesta Humanum.



[1] Más de cuatro décadas atrás, en 1968, el entonces senador norteamericano y candidato a la presidencia, Robert F. Kennedy, enfatizaba que el “Producto Nacional Bruto lo mide todo, excepto aquellas cosas por las que realmente vale la pena vivir. Por su parte, en el remoto Reino de Bután, la “Felicidad Nacional Bruta”  ha sido la prioridad del gobierno desde 1972.

[2] Al punto que, en 2011, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la resolución 65/309, invitando a estados miembros a encontrar  “medidas que reflejen mejor la importancia de la búsqueda de la felicidad y el bienestar en el desarrollo, con miras a que guíen sus políticas públicas”

 


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